martes, 6 de diciembre de 2011

Cortejo infrecuente...

Inhabitual,
serpenteando entre la maraña
de esta selva de chapa y gases contaminantes
en que se ha convertido mi ciudad inhóspita,
me dirijo a un lugar en el Este.

Larga tradición
que con los años ha variado poco,
salvo en la mejor costumbre consistente
en rematar el evento con chuletitas y buen vino
por el aquél del hoyo y el bollo.

Ya no queda tiempo para eso,
devorados por el trajín las prisas,
sin apenas margen para el folclore.

Hemos alertado a nuestros cinco sentidos
y la mirada busca nerviosa la cabeza del invertebrado,
marrón y ribeteado,
para no perderla,
no sea que, de repente,
perdamos su cuerpo gentil y dinámico,
convertidos en zombis descabezados.

Una tarde soleada y en declive nos acompaña
justificando a unos rayos oblícuos y ya agotados,
deseosos de irse por el oeste en busca de un nuevo mañana
con la convicción de que si lo tendrán frente a los nuestros, inesperados.

Responso de circunstacias que hubiéramos evitado
de no ser porque sin el,
tendría menos sentido trágico quizás la despedida,
o tal vez, por ser mas breve, la haríamos con menor carga emotiva.

En cualquier caso,
lo que nos contó aquél hombre cansado,
a una práctica y rutinaria letania acostumbrado,
sirvió de muy poco y fue escaso,
proviniendo tan solo de la más etérea doctrina
de almas que se van hacia lugares excelsos,
frente a realidades sórdidas de cuerpos indefensos.

¡Qué ocasión perdida!
para ensalzar la alegría de la vida
restañando la explendida fortuna del saber vivirla...

Fortuna el que fuera breve y exento de mérito,
encaminándonos despues al jardin perfecto
ideado para el descanso del cuerpo abyecto,
rodeados de piedra y más piedra
mudos ante tanto vestigio infecto
en el que sobreviven solo las flores de plástico cuasi perpetuo.

Personas que sienten,
personas que caminan detrás, más ausentes,
pensando en un trámite más al que debe acercarse todo consecuente,
se agolpan frente a un hoyo incipiente,
excavado minutos antes por unas manos ya calientes
después de haber ejercido en muchos más, de forma renuente,
por no tener estudios que las liberen de compañías yacentes.

Llegan entre silencios, sonoras paladas de tierra
devolviendo ecos de sonido grave al estamparse contra madera hueca,
provocando incontenibles sollozos entre sentida concurrencia
lejana o cercana, da igual, expresando dolor o flaqueza.

La ceremonia concluye
entre ramos de flores que se marchitarán en breve
iniciándose la cuenta atrás del olvido perenne
con el que la gran mayoría de vivos damos la espalda a la muerte.

Una voz agradeció la asistencia a todos,
los que con su compañía ayudan a soportar la pena,
desmoronando este cortejo impropio
al que se asiste siempre perplejo.

Nunca me acostumbraré a estos eventos de dolor
aún cuando la vida te enseñe que algún día tienes que desprenderte de ella.