jueves, 19 de abril de 2012

Erotización

Quizás represente una habilidad en el comportamiento humano respecto al tratamiento con el otro

En la vida son muchos y diferentes los estadios que atraviesa un  cuerpo, hasta identificarse con una emoción, considerándola primero una conmoción, después un disfrute.

Uno o una se enfrenta en la edad temprana a la particularidad de tu sexo, generalmente en el marco de una sociedad hostil y represiva, y te introduces en ella al tiempo que descubres lo que va dando de si respecto a lo natural y sencillo para después, con la adolescencia, comprobar que existen además los otros con los que participar de sus atributos.

Mi generación fracasó, sin duda, a la hora de considerarlos en su potencial y se vio obligada a comportarse de un modo antinatural respecto a sus demandas porque así lo exigía la moral impuesta por la sociedad, que prefería una respuesta hipócrita frente al libertinaje de las simples inclinaciones sexuales. Sobre todo y a pesar de persistir la tendencia a buscar entre los adultos las mayores satisfacciones. Al tiempo que se iba consolidando la clase media se institucionalizaban, en el marco de la sagrada familia, otros comportamientos ajenos a la misma que podían compatibilizarse perfectamente y podían dar rienda suelta a los actos sexuales peor vistos. Entre tanto, los más jóvenes incapaces de salirse de los guiones marcados por la moralina, sufrían  y sufrían reprimiendo sus instintos.

Unos, empeñados en el afán depredador frente a las mujeres, perseguían solo las muescas, con escaso valor gozoso, mientras otras superaban el tedio mortecino de unas jornadas interminables de hogar impuesto, sintiéndose más apreciadas de lo normal con ello, pero de igual modo con el sabor insípido de cualquier manjar no aderezado.

Hasta que llegaron los tiempos modernos en que entre todos asestamos un golpe contundente al fingimiento y empezamos a llamar a las cosas por su nombre. Se desestabilizaron las familias tradicionales y aparecieron otras que tenían más que ver con sentimientos que aunque no se consideraran "normales", contaban con la normalidad del cariño verdadero, sin plazos, sin géneros, sin condiciones en definitiva.

El sexo se ha hecho más humano, ha contado con otros alicientes, ha madurado para muchos, aunque otros permanezcan todavía en la Babia de lo básico.

Relaciones menos traumáticas, libros, películas, experiencias... nos han servido para evolucionar en este como en tantos otros campos aunque siempre persistan los desencuentros de persona a persona, cualquiera que sea su sexo y evolución es, sobre todo, aprender a exprimir el jugo de la savia que permanece siempre en nuestras venas aunque a algunos nunca se les haga evidente...

Pinchar alguna vez la vena, para comprobar que hay sangre, acabaría siendo un sano y ludico ejercicio que nos permitiría también aprender a descubrir nuestro interior. La capacidad táctil de las manos, el olor de nuestro cuerpo que nos hace ser recordados en el tiempo aunque no nos sea confesado, esas palabras dichas con un sentido aunque consideradas en otro... en fin, elementos todos para ser usados en nuestro provecho y resaltar nuestra competencia amatoria.

Recuerdo ahora, transcurrido el tiempo, algunas de las miradas que me dirigieron a las que no las di la importancia que a lo mejor habían merecido, como las que dirigí yo también y no obtuvieron la respuesta buscada y ni que decir tiene los susurros al oido, el abrazo por la cintura o el apretón que intencionadamente acercaba un cuerpo a otro haciéndose notar ambos.

El erotismo es el arma que debiéramos emplear con la mayor profusión para allanar el terreno de la tibieza, cuando lo tibio no tiene razón en asuntos de amor por su simpleza. Quizás haya a quien le resulte difícil emplearla, sobretodo porque no es fácil usarla cuando nunca se puso en práctica para conquistar el corazón del otro cediendo al propio.

Luego, lo que no se cuenta, lo que no se dice en los corros de la pretensión majareta de hacer cundir la triunfante treta.

Queda para mi, para mi ensueño cierto, aquél escondido rincón en que buscaba ansioso o donde me devolvían ventosas hinchadas de sangre caliente queriéndose comer mi cuerpo. La irreflexiva obsesión por llegar al lugar, observar y ver cómo se muestran pudorosas las formas que no se muestran a otro. Iniciarte en una escalada sin red, sin apresurarte tampoco en llegar a la cima... y todo pendiente del otro y sabiendo que el otro se halla pendiente de ti. Sin afán alguno por acabar la jornada, agotando todo el sol que se dio el día para si y aunque se prolongara también en una noche sin fin.

Fueron, desde luego, episodios más vívidos en tiempos de juventud en que te acompañan aún los caprichos, las fuerzas, las ganas de eternizar el fin... aunque no tienes por qué perder nunca de vista ese maravilloso sinfín que nos guía siempre a los humanos, cuando es únicamente en ellos, sin duda, donde el amor siempre tiene valor eterno.

Después de conocido eso, cualquier otra cosa es simple baratija a las puertas del jardín de las Mil y Una Noches, tras visitar su tesoro escondido.