lunes, 17 de septiembre de 2012

Desconcertante el hábito...

                                     Naturalmente, somos gentes de costumbres.

                                     Lo cotidiano del comer y del dormir,
                       así como todo lo que nos lleva a permanecer acostumbrados,
                       acaba siendo una lógica desmotivante que nos empecina.

                                     No, no digo que no comais,
                                     ni que dejeis de buscar en las sábanas,
                                     el preludio de muchos y bellos sueños.

               Pasa que tanta acción repetitiva nos hace más maniqueos que sabios.

              Aferrados a bienes y males nos hemos hecho tan naturales
              que ya no perdemos el tiempo en la búsqueda de nuevas deidades.

                        ¡¡Nos hacen falta!!  ¡Señores!

                        Que cuando llegue el momento de sinsabores,
                        tengamos nuevos recursos para reinventar pasiones.

               De esta manera se perdería el hábito, al aparecer lo inesperado,
               y dominaríamos el pavor a lo desconocido que nos llena de espanto.

                        Aprende a escribir con la izquierda, si no eres zurdo,
                        olvidate alguna vez del ascensor, tarugo,
                        llénate de ayuno un buen día y ...  qué sé yo,
                        ama a tu pareja como lo hacías antes de ser esclavo del hábito.

                        No puedo contarte más porque en esas estoy yo,
                        tratándome de inventar,
                        para conseguir de la vida un levitar.
                       

viernes, 14 de septiembre de 2012

Día negro




                                  No es mi fuerte, digerir los días negros, quizá porque de   pequeñito me enseñaron a no mirar nunca a la cara al adversario... para que no te convenza de que la contrariedad existe y es capaz de vencerte.

                                  Gracias a eso llegué a sentirme invencible alguna vez, aupado en las risas que me salían de dentro y sin sentido, aunque no como el que ríe por tonto, como creían algunos, sino envalentonado por el coraje que te imprimen.

                                  Hoy no tengo fuerzas para reirme, canalla, me has vencido y temo que en adelante me seguirás venciendo más a menudo, si es que no consigo superarte en el ámbito de lo profundo porque solo existes cuando te haces valer entre quienes te temen, pensando en que les vacías de todo contenido.

                                  Si dijera que no me asustan tus trinos, me engañaría, aunque más que asustarme con tu venidera y certera presencia, me asusta la idea de que no esté a la altura de quien se sabe de paso, gozoso con la sola posibilidad de poder aumentar en algo el esperanzado testigo de quien me lo pasó en su día.

                                   Fernando, mi hermano, se ha ido hoy cuando no lo pretendía. 


                                   Es lo que tiene esto, que las más de las veces te presentas sin avisar, para hacernos maldita la gracia. No estaba agotado aún, quería seguir manteniéndose en vida para saborear lo mucho que obtuvo de ella, a pesar de los valles de lágrimas que siempre se olvidan. Cumplidos tan solo tres meses de que viajáramos juntos a Andalucía y ampliáramos con gusto el conocimiento de lugares y personas nuevas que le seducían.

                                   No ha tenido tiempo de nada más pero si de mostrar su talento de setenta años para hacer las cosas que ha hecho y de la mejor manera que ha sabido hacerlas. Una familia con tres hijos varones que heredan las mejores prácticas de un ser honrado a carta cabal, trabajador incansable y capaz de obligarnos a pensar cada vez que, con polémica, hurgaba en las honduras filosóficas. Nunca se dejó influir basándose en sus convicciones que, erróneas o no, decía tener comprobadas. Una de ellas su creencia en un Dios, de infinita bondad, que alejado de tanta podredumbre mundana, le ofrecía la posibilidad de mecerse con el en un sosegado espacio de paz.


                                   Quisiera creer con el, aunque por el momento me incline más por seguir buscando el revulsivo de otras deidades menos etéreas, más próximas a las personas que como él han pensado y piensan que aún es posible el cielo en la tierra.

                                    Fernando, en el sitio que estés, mereces el mejor descanso.

                                    En paz.