jueves, 29 de marzo de 2012

Poste Indicador

En el laberinto de la vida tienes que elegir mil millones de veces, entre un sinfín de senderos que se abren a tu paso, cual es el más idóneo del momento. Desde entonces formas parte de una red de patrones, tejidos juntos, estratificados acaso, que gracias a tu sentido de la orientación, el contexto del entorno, tu felicidad y tu suerte, acabarán por determinar el destino de tus huesos.

Allí encontrarás miles de personas que, consciente o inconscientemente, te indicarán bien la dirección correcta o la errónea, qué más da, ambas serán instructivas porque si en aquellas obtienes ánimos, calor o fuerza, en estas otras será la energía que te proporcione la búsqueda de su solución la que te impulsará hacia adelante.

Los encuentros podrán ser de distinto tipo: los habrá interesados en el número que calzas por el camino, raros en la forma, influidos por el vuelo de una mosca e incluso evitados por algunos. Apoyados por otros, fijados en el espacio, agarrados y soltados. Venenosos de cuidado, animados de fanfarria y quizá otros muchos más que funcionan a niveles diferentes, aunque también te dirijan a algún lado.

Red tupida y complicada. Con suerte, entre todos hasta podremos manejar su engranaje. Elijes el sendero justo, la persona perfecta, el tiempo espléndido... por acompañar, acompañan hasta los semáforos. De no haberla puedes quedarte atrapado en la maraña, asomado al paisaje más inhóspito y oscuro.

La diferencia en el idioma o en el gesto puede que sea mínima, pero hasta el encuentro corto y superficial, puede acabar siendo el más crucial.

El que ahora recuerdo fue muy corto. Saliendo de la nada más absoluta levantó su brazo izquierdo para desaparecer después como vino. Jamás olvidaré su circunstancia.

Fuimos cuatro más bien, los hombres nacionales distintos quienes nos vimos involucrados en aquél preciso paraje inhóspito y oscuro, frente aquella encrucijada en que se acababa el asfalto y se iniciaba la arena hasta la Nada tras la que se suponen los miles y miles de kilómetros, apartados de nuestro mundo, atrapados en el paisaje abrumador y poco claro. Ningún punto de luz en los contornos amplios, sólo el tinte negro del tizón de una noche cerrada que se acerca.

Dos son los puntos de luz los que se adivinan en cualquier vehículo en movimiento; avisan a los viandantes de su circulación pero no indican con ello a dónde se dirigen, quedan huérfanos por tanto, en la sombra, de señales precisas para su disposición coherente respecto a un fin presente. Cualquier bifurcación en sus vidas podría ser determinante camino de la elección futura.

El ansia se adueña de todos, lejos y perdidos de lo civilizado y tranquilo. Bajamos de un coche los cuatro, sin atrevernos a desperdigar nuestro cuerpo mucho, no fuera a ser que la liaran las tenebrosas sombras envolviéndolos para el perjuicio. ¿Quién se hace el sabio ahora?. Muda la derecha, muda la izquierda, ninguno hace valer ideas frente al temor del camino errado. Demasiada responsabilidad frente a lo más dramático.

Los signos que en otro tiempo sirvieron, móviles, alarmas, ruidos... han quedado en el olvido, tan solo la luz de unos pobres faros, angulados y perdidos siguen en pie ampliando las sombras, haciendo más inescrutable lo oscuro.

Los rostros, que no se ven, indicarían un temor que nadie se atreve a nombrar, evitando el susto mayúsculo al que todos estaríamos abocados, caso de hacerse del todo público. Motivo de reflexión, sin duda.

Parecen eternos los tiempos que median de sombra y en los que nadie se mueve, pero es de repente, en medio de la oscuridad, cuando el autor de aquél encuentro tan corto se hizo presente, sin más, indicando el camino que todos seguimos y sin mirar atrás, subidos a un coche tan raudo, que apenas nos dio tiempo a mirar para atrás donde ya no hubo ni rastro de quien no supimos después explicar ni color ni seña capaz de mudar el trastorno de las mentes tal, que hubiera sido imposible su paz.

Horas después estábamos ya rodeados de puntos brillantes de luz que daban semblante de vida a las casas  que casi nuevas lucían, con alegría. Se oyó algún suspiro escapando de alguna garganta en aquél coche raudo, por esta ocasión y gracias al improvisado encuentro en aquella noche cerrada. Sin duda habrían de haber más ocasiones de deambular por el laberinto de nuestros días...