lunes, 13 de junio de 2011

De la virtud irreal

Todo el mundo anhela la virtud,
incluso hasta el mas déspota y despiadado
busca en su integridad de ánimo para colmarse a si mismo
y llegar a la cúspide de lo que sea,
aunque ello incluya saberse odiado y temido a partes iguales.

Me resisto a pensar en que los malos carezcan de virtud
aunque solo sea la de buscar con ahinco la maldad que persiguen
confiando en que será su bondad,
teñida de oración pasiva.

Bueno para mi, malo para los demás,
es quizás lo que se dé en pensar,
quien obra con maquiavélica pujanza
para conseguir sus fines inconfesables.

Ocurrirán en sus conciencias fenómenos
que las confundan y alteren sus conclusiones
frunciéndolas con modestia de llamativos adornos
que no son capaces de soportar los jirones.

Son los otros los malos,
los incapaces de asumir su predestinado destino,
incorregibles en su afán de protestarlo todo
y de no aceptar nada.

Deberíamos desaconsejar a nuestra mente complaciente
cuando el yerro se presente,
para que no nos justifique impunemente
nadando en las traidoras aguas del sosiego.

No hay maldad ni bondad atribuidas a un alma
por el solo hecho de vivir en un cuerpo.
Las vamos incorporando en nuestra vida
a medida que las experimentamos
con el placer que ambas nos dan
recompensando los bajos instintos
o salvándonos de malos sentimientos.

No somos puros seres humanos,
somos animales racionales con instintos
a veces irracionales,
que despedazaríamos al contrario, llegado el caso,
si de salir indemne se trata
de la lucha encarnizada que a todos nos arrebata.

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