sábado, 26 de marzo de 2011

Angelines

Nada me molesta mas que una visita inesperada
mas aún si es impertinente,
si llega en el momento mas inoportuno e infrecuente,
cuando todavía no has terminado de hacer la colada.

Si la esperas y piensas que no va a resultar grata,
puedes esconderte detrás de la mirilla,
hacer oidos sordos y soportar impertérrito la campanilla,
hasta que se canse de dar la lata.

La de ayer además de impertinente e inoportuna,
venía con la mayor de las fijezas.
Sabía que estábamos dentro,
y no quiso esperar por un momento,
a que recogiéramos todo lo que andaba revuelto.

No nos dio tiempo a poner en orden,
lo que dejamos siempre para el mañana,
las muestras de cariño, las alabanzas, todo sin desgana,
procurándonos una vida mas sana,
que renueve la esperanza en nuestro humano dolmen,
tan impenetrable y granítico a veces,
que hace imposible ablandar los flejes
que mantienen los latidos mas constantes.

Y su corazón no quiso latir mas,
cansado de tanta fatiga,
asintió a marcharse sin hacer ningún ruido,
de la mano de aquella visita impaciente,
hacia un lugar similar a aquél por el que vino...

Hace ya mas de ochenta años...
con la ilusión que, en nuestro primer dia,
traemos los seres vivos.

Te llevas los gestos, tu lengua entretenida,
los ojillos vivarachos y la razón mas comprensiva.
Nos dejas tus virtudes sembradas en tus hijos,
el cariño que mostrarte por los tuyos
y unas tan dulces rosquillas
que desde ahora tendrán, para mí,
el sabor amargo de un recuerdo que aún me maravilla.

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