jueves, 20 de octubre de 2011

Mascotas de andar por casa

Quizás mis palabras no sirvan de nada
a quien nunca las tuvo,
a quien no les agradan.

Llegan a las casa por una puerta falsa,
arropados por niños
a quienes les encantan,
hasta que colman el ansia por gozar sus gracias.

Después comienzan los hayes
de ese perro que ensucia o que no calla
que rasca en la puerta,
que a la mamá le chincha y claro, estalla.

Ponen a prueba nuestra capacidad,
nuestra propensión para dar la talla,
y la mar de las veces la expectativa falla,
mientras el animal padece y no crece
lo que a nuestro juicio merece.

Luego, como conocemos todos,
que si lo bajas tu, que si ayer lo bajé yo
y el pobre can observa callando
a la espera de que alguien decida
porque se acabará meando.

Se convierte en el trasto indeseado,
salvo para pagar nuestro mal humor,
nuestro prepotente enfado.

Por mi vida ya han pasado varios
y todos dejaron su huella animada.

El primero, sumiso y fiel,
resignado a padecer perrerías cien
el siguiente después,
incomprendido y en ocasiones odiado,
enseñando los dientes a quien pareciera asustarlo
terminó en la perrera, desterrado.

El tercero que ha habido
lleva nombre de apellido.

Sánchez se llama para jolgorio del gentío.

Como el solo listo, estilizado corredor pretendido,
llora al verse desamparado y perdido
pero te recompensa al saberse querido
tumbado a tus pies, calentándolos en los meses de frio.

Enfin, amores y desamores
entre inhumanos y personajes altivos
que hoy cogen y mañana dejan de ser compasivos.

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