sábado, 22 de octubre de 2011

Otoños en Madrid

Nunca se muestran por igual.

En cada periplo anual
aparecen de modo diferente,
añadiendo algo distinto al ambiente.

En esta ocasión ha tardado en llegar
después de días y días de sol,
calentando sin parar,
nuestros cuerpos usados de crisol
en un trasvase estacional de energía celular.

Otras veces irrumpen sin llamar,
por la puerta abierta a la modernidad
del último grito en versión de viento cardinal
que arrasa cuanto pueda quedar de estío
y que a estas alturas
resulta ya más que baldío.

Tránsito entre verano e invierno
prolegómeno de un infierno
de fríos, constipados, desventura en que,
si duda por su angostura,
caerá el pobre diablo ínclito
sin techo, sin pan, casi sin hálito.

Pero a pesar de todo
Madrid siempre es especial
porque se apiada del personal,
hace del Metro refugio y su fiereza estacional
que nunca es constante, 
solo llenará de hojas, una vez más, el estanque.

Me dispongo a dar paseos por el amado Retiro,
a andar por la Casa de Campo
subir luego por el del Moro,
no darme ningún respiro hasta llegar al Oeste
para contemplar desde allí
lo que pocas veces y en otros sitios viví,
la más bella puesta de sol en poniente.

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